Vida Cristiana

¿Cómo enseñamos el evangelio a nuestros hijos?

Cuando amanecimos esa mañana, toda la emoción de mi hija —por prepararse, ver tutoriales y por fin haber comprado los peces que quería— se convirtió en lágrimas debido a la pérdida de las mascotas recién incorporadas a nuestro hogar. Mi hija tenía un buen tiempo queriendo unos peces, ahorró para comprarlos y se preparó para la responsabilidad y el privilegio de tener un par de amigos animales que compartirían su habitación. Así que, cuando entré a la escena para estar presente ante esta pequeña y grande pérdida, no sabía qué decir.

Pero entonces recordé la verdad de que Dios controla el destino de la historia, incluyendo el de todos los animales que Él creó (Mt 10:29), y me di cuenta de que el evangelio de Jesucristo sigue siendo la mejor noticia aún en los momentos más difíciles.

Para compartir el evangelio en ese momento no necesité sacar un pizarrón para dibujar los conceptos, ni explicar sobre la justificación por la fe o la soteriología. El evangelio obviamente contempla todo esto, pero también nos ofrece la posibilidad de llegar directamente a nuestro Padre celestial, quien recoge las lágrimas causadas por el dolor (Sal 56:8). Así que, en ese momento de pérdida para mi hija, pude responder con el evangelio.

En lo formal y en lo cotidiano

Para enseñar el evangelio en nuestros hogares, debemos tomar tiempos formales para mostrar a nuestros hijos su significado. Necesitamos planificar espacios dedicados y repetidos para hablarles —de maneras adecuadas para su edad— sobre la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, y sobre el arrepentimiento y la fe necesarios para entrar al nuevo pacto con Dios, quien salva nuestras vidas. Pero la enseñanza hacia nuestros hijos no debe limitarse a reuniones, discursos y clases.

Necesitamos transformar las situaciones normales de la vida con nuestros hijos en enseñanzas sobre la amplitud y la profundidad del bello mensaje de Cristo

 

Cuando Jesús enseñaba sobre Sus buenas nuevas a Sus seguidores, lo hacía con ejemplos reales sobre lo que estaba pasando en su entorno. Jesús tomaba actitudes y actividades cotidianas y las convertía en elementos para enseñar sobre verdades eternas. Para Jesús, las cosas cotidianas, como ver los pájaros y las flores (Mt 6:25-33), se convertían en una enseñanza sobre el descanso y la confianza que podemos tener en Dios.

De la misma manera, nosotros necesitamos transformar las situaciones normales de la vida con nuestros hijos en enseñanzas sobre la amplitud y la profundidad del bello mensaje de Cristo.

En la teoría y en la práctica

Dos de mis hijas están cursando la primaria, así que cuando leemos algunas teorías en sus libros, pueden sentirse como algo inútil y poco aplicable. Pero cuando las ponemos en práctica, todo cobra sentido. Hace unos días, mis hijas querían mover sus camas y pudimos medir el espacio necesario practicando lo que habíamos aprendido sobre cómo calcular el área de diferentes figuras. La teoría que veían como algo innecesario fue un concepto necesario para hacer lo que querían lograr.

De manera similar, como padres, debemos proveer suficiente orientación para que nuestros hijos tengan acceso a la información sobre evangelio, de acuerdo a la edad que tienen. Al mismo tiempo, debemos utilizar las miles de oportunidades que tenemos todos los días para explicar cómo la gran verdad de Jesús se vive en la vida diaria. Necesitamos la teoría; sin embargo, necesitamos ponerla en práctica y enseñar la verdad por medio de todo lo que vivimos.

Con intencionalidad pero naturalmente

Nuestros hijos necesitan más que enseñanzas intencionales y la escuela dominical, necesitan padres que tengan el evangelio en mente todo el tiempo. Siguiendo el ejemplo de Jesús, la enseñanza sobre el evangelio con nuestros hijos debe ser el mensaje más disponible en nuestras lenguas y más presente en nuestras mentes.

Cuando pasamos tiempo poniendo atención a las implicaciones y a la belleza del evangelio, las buenas nuevas surgen en las conversaciones con nuestros hijos

 

Si no tenemos las buenas nuevas como el contenido central de nuestra meditación, no vamos a poder enseñarlo a nuestros hijos. En cambio, cuando pasamos mucho tiempo poniendo atención a las implicaciones y a la belleza del evangelio, las buenas nuevas surgen naturalmente en las conversaciones que tenemos con ellos.

Con palabras y con acciones

Aunque es importante enseñar con palabras, también nuestras actitudes y acciones enseñan sobre la gracia que hemos recibido.

Cuando nuestros hijos ven que refrenamos nuestras lenguas, honramos a los demás y amamos de una forma sacrificial, estamos reflejando verdades eternas que llegan al corazón. No dejemos de hablar sobre el evangelio, pero estemos conscientes de que, si nuestras acciones y actitudes no se alinean con el mensaje libertador de Cristo, solo crearemos confusión en nuestros hijos.

Jesús hablaba con autoridad (Mt 7:29), pero si Sus acciones no hubieran sido congruentes con Sus palabras, no hubiera comunicado un mensaje coherente. Jesús vivió lo que predicó; por ejemplo, Él amó a las personas marginadas cómo lo enseñó públicamente.

Enseñemos como Jesús

El modelo de enseñanza de Jesús nos debe orientar en la vida sobre cómo ser maestros del evangelio con nuestros hijos.

Es importante que les expliquemos el evangelio, que estudiemos las Escrituras junto a ellos y que nos congreguemos en una iglesia en donde el evangelio sea el centro, entre otras cosas. Pero seamos conscientes de que, si nuestras pequeñas acciones y gestos en el hogar no reflejan la verdad que profesamos creer, no estamos enseñando como Jesús enseñó.



David McCormick
 es el Director Ejecutivo de la Alianza Cristiana para los Huérfanos, y padre de cuatro hijos: tres biológicos y uno del corazón. Siendo psicólogo graduado en Canadá, se ha especializado en el apego, estilos de crianza, trauma y liderazgo parental. David ha dedicado su vida a la niñez y adolescencia en estado de vulnerabilidad, trabajando para que cada uno de ellos pueda contar con una familia permanente y amorosa.

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